En 2005 fuí a Marruecos por primera vez, algo asustada por desconocimiento del país y falta de habilidad en los idiomas. Un a amiga y yo, cargadas con más maletas y bultos de lo que es posible, conseguimos no pagar portes explicando en el aeropuerto que era ropa, mantas, material de higiene y juguetes para los niños. Y así era, nos íbamos a trabajar con las Monjas de Calcuta a Tánger en una casa cuna donde las madres embarazadas acudían al ser repudiadas por no estar casadas.
Rondaba los 30 años con gran diversidad de experiencias a mis espaldas, tanto personales como profesionales, tenía necesidad de marcar un final y un comienzo. Allí viví una experiencia totalmente única; olores, sabores, sonidos, texturas, colores, un estallido de emociones positivas.
Y negativas. Niños en la calle esnifando pegamento, madres con bebés sin lugar a donde ir, miles y miles de personas acampadas em ls alrededores de Ceuta esperando a cruzar las vallas con hambre, heridas y enfermedades,...
Con el paso de los días aprendes a situar todas las emociones, tanto negativas como positivas y regularte, ya que de no hacerlo es imposible vivir. Y ya está? Claro que no. Tu mente no deja de pensar en cómo ayudar, cómo colaborar, cómo mejorar la situación, sin llegar a ninguna conclusión más que el poder actuar allí y en ese moemnto con tus manos y tu voz.
Finalizada esa primera etapa de trabajo, decidimos viajar por todo Marruecos antes de volver a casa, y según nos adentrábamos, los coletazos de Europa que hay en el norte iban desapareciendo y nos sumergimos poco a poco en África, Mamá África como ellos la llaman. No solo es impresionante, sino también emocionante, y cada pueblo, capa persona, cada comida, es recordado hoy como un cambio en mi forma de ver la vida.
Año 2005. 17 dias de viaje. 2 chicas. Mochileras. Usando los transportes del país. Viajando en coches de nacionales. Durmiendo en casa de bereberes hospitalarios. Descubriendo paisajes únicos. Almacenando recuersos en la retina, las papilas gustativas y la pituitaria. Y no, no hubo miedo, no huno sensación de peligro, no nos sentimos observadas ni como mujeres ni como extranjeras. Sólo hospitalidad.
y...
Me enamoré. Me enamoré del País. Y me enamoré de un beberes.
Hoy, 2022, tengo un marido bereber del Todra y 2 hijos preciosos que se sientes nereberes y españoles (gallegos). Orgullosa.
No ha sido fácil.
Me gustaría contar mi historia, abrirme a los que ya la conocen relatando más intimidades y explicarle al mundo por qué y cómo una chica soñadora llega a dirigir desde la distancia y sin ánimo de lucro, un negocio familiar bereber.
Soy Elisa Anta, mujer, madre, hija y Educadora Social.